Debajo del banco, se balanceaban los hilos de un amor recién nacido y se convertían en sombras, expandidas sobre el suelo. Sobre ellas, descansaban las voces, apenas audibles, y vibraban los silencios, convertidos en ese beso tan esperado. Una telaraña de emociones se enredaba en las ramas cercanas. Debajo del banco, todavía rodaban las palabras mudas que ninguno podía pronunciar. Quizás, porque ambos sabían que debían regresar del mundo de los sueños, donde los hilos del deseo se balanceaban en el más absoluto silencio y eran sombras.